La Sabiduría Intuitiva de Oriente

En el transcurso de las últimas décadas del siglo XX, ciertas filosofías y tradiciones espirituales de Oriente han logrado despertar un gran interés, tanto en Europa como en EEUU. No cabe duda que el yoga, el tai-chi, las técnicas de meditación y las diversas artes tradicionales japonesas como el ikebana, el bonsai, la ceremonia del té, etc., que forman parte de la Filosofía Zen, siguen ejerciendo una misteriosa fascinación sobre la mentalidad del hombre occidental moderno, que, en mayor o menor medida, se siente atraído por ellas.

Lo primero que llama nuestra atención, cuando observamos cualesquiera de estas artes milenarias, es su belleza estética, su naturalidad y la elegante simplicidad de todos sus gestos y movimientos. Por otro lado, a la hora de aprender a ejercitarlas, lo que más nos asombra es su alto grado de perfección técnica y su excelente metodología de enseñanza. Sin embargo, tal vez su mayor virtud sea los benéficos efectos que producen en todo aquél que las practica: mejorando notablemente su salud y su equilibrio psico-mental; enseñándole a relajarse y a liberarse emocionalmente de los problemas, potenciando intensamente su capacidad de concentración, su autodominio y su creatividad mental y, por último, ayudándole a cultivar esa inestimable cualidad que tanta falta le hace al hombre actual, que es la serenidad.

A un nivel más profundo, podemos decir que el atractivo secreto de las Artes Zen, consiste principalmente  en  que  todas  ellas  potencian  el  desarrollo  de  la  Sabiduría  Intuitiva, ofreciendo al hombre de las sociedades modernas, la oportunidad de experimentar eficazmente en sí mismo una dimensión fundamental de la conciencia, que la cultura materialista le ha venido negando sistemáticamente durante siglos. Desde comienzos de la revolución científica, en el siglo XVII, cuando se empezaron a formular los principios fundamentales del vigente paradigma científico, basado en el racionalismo de Descartes, el empirismo de Francis Bacon y la visión mecanicista de Isaac Newton; la ciencia occidental moderna ha despreciado sistemáticamente todas aquellas «vías del conocimiento» y «técnicas de meditación» que forman parte de la Sabiduría tradicional de Oriente; calificando esos «estados de conciencia no ordinarios», comúnmente conocidos como «estados místicos o espirituales», de experiencias irracionales, subjetivas y no-científicas. 

Esta estrecha visión de la realidad, propia del paradigma «racional-mecanicista» de Occidente, que sólo concede importancia y validez al aspecto  material de las cosas, ha ido sumergiendo paulatinamente a la sociedad actual en un obsesivo culto a la materia o «Materialismo», alimentando la insana ambición de obtener más y más cosas materiales como único medio de lograr la felicidad, privando así al hombre occidental moderno de todos aquellos valores humanos y enriquecedoras experiencias espirituales que, por pertenecer al ámbito de las realidades invisibles e incorpóreas, no pueden ser del todo explicadas ni comprendidas por la ciencia racional, dado que sólo pueden ser percibidas y experimentadas por medio de la Conciencia Intuitiva.

Afortunadamente, dentro de la comunidad científica esta mentalidad materialista ha empezado a cambiar en las últimas décadas del siglo XX y cada vez son más los investigadores que empiezan a tomarse en serio la existencia de determinados aspectos y dimensiones de la conciencia que, hasta hace bien poco, habían sido ignorados completamente por la ciencia moderna, pero que sin embargo, concuerdan plenamente con los postulados fundamentales que desde hace siglos vienen enseñando todas las tradiciones místicas y filosóficas de la Sabiduría Perenne. En este mismo sentido, el Doctor Stanislav S. Grof,  fundador de  la  Psicología  Transpersonal  afirma  que:  «Las  investigaciones  modernas sobre la conciencia han generado importantes datos que apoyan las tesis básicas de la filosofía perenne. A la luz de estos nuevos descubrimientos la espiritualidad se afirma como un empeño importante y legítimo de la vida humana, puesto que refleja una dimensión crítica de la psique humana y del orden del universo. Las tradiciones místicas y las filosofías espirituales del pasado han sido desechadas a menudo e incluso ridiculizadas por ser «irracionales» y «anticientíficas». Es éste un juicio desinformado, infundado y carente de toda justificación. Muchos de los grandes sistemas espirituales son productos de siglos de una profunda exploración de la psique y la conciencia humanas que, en muchos aspectos se parece a la investigación científica. Estos sistemas ofrecen instrucciones detalladas sobre los métodos de inducir experiencias espirituales en las que se basan sus tesis filosóficas. Es muy alentador el que las afirmaciones de las diversas escuelas de la filosofía perenne puedan ahora sostenerse por datos procedentes de la investigación actual sobre conciencia».  

 

Javier Vilar

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