Tiempo vivo, tiempo muerto o tiempo oportuno

Hay una célebre frase inspirada en el poeta Horacio, que dice Omnia ransit, tempus fugit… ¡Carpe diem! «Todo pasa, el tiempo huye ¡Aprovecha el momento!» El famoso lema ¡Carpe diem! que popularizo la película El club de los poetas muertos, nos da pie para reflexionar sobre esa misteriosa dimensión que llamamos tiempo. De hecho, resulta curioso observar las distintas formas que tenemos los seres humanos de experimentar el tiempo. Si bien a todos nos rige la misma medida cronológica, que es la que marca el reloj, el tiempo no es ni mucho menos una misma realidad para todos, pues existen también otros relojes biológicos, emocionales y mentales, que son los que a la postre determinan la particular manera
que tiene cada persona de percibir esa eternidad dinámica que llamamos tiempo. Desde un punto de vista más amplio, cada cultura o civilización tiene una cosmovisión propia, que es la que expresa cuál es su visión de la realidad y su manera de entender el mundo; y es precisamente esa cosmovisión la que define su peculiar forma de concebir el tiempo. Las sociedades tradicionales, por ejemplo, creían plenamente que más allá de este mundo corpóreo y material que percibimos a través de los sentidos, había una dimensión mucho más real, inmutable e imperecedera de la existencia en la que el tiempo no transcurre porque no tiene principio ni fin. A esta dimensión trascendente los griegos le llamaron AYÓN «la eternidad», mientras que los antiguos egipcios le llamaron Dyet, «el tiempo inmutable» cuyo símbolo es el ouroboros, la serpiente que se muerde la cola. Por eso, ellos se afanaban en construir templos, pirámides y santuarios, eficaces receptáculos de eternidad en los que podían entrar en contacto con esa dimensión espiritual y trascendente de la existencia.

En el polo opuesto tenemos el tiempo lineal y cronológico que es el que impera en nuestra moderna sociedad de consumo. Es un tiempo secuencial, uniforme y preciso, que avanza de forma inexorable del pasado hacia el futuro; de manera que el presente prácticamente no existe porque en el mismo instante que dices «ahora», ya es pasado, ya se aleja. Se trata de CRONOS, un tiempo dictado por el reloj que se ha convertido en el despiadado amo de nuestra estresada existencia, fustigando constantemente sin piedad nuestras conciencias con el implacable látigo de la inmediatez, la necesidad y las prisas.
Finalmente, en esa fina línea del horizonte que discurre entre la tierra y el cielo, entre el tiempo y la eternidad, entre el ser y el no-ser, existe una tercera dimensión; una forma distinta de experimentar el tiempo de forma consciente, que integra el ayer con el mañana y reconcilia el pasado con el futuro, permitiéndonos vivir aquí y ahora un eterno presente, un tiempo vivo y perfecto, un tiempo germinal. Curiosamente, los antiguos griegos llamaron a estas tres calidades de tiempo, Ayón, Cronos y Kairós, que podemos traducir como la eternidad, el tiempo y la oportunidad.

AYÓN es la calidad de tiempo más elevada que podemos experimentar, pero, aunque es difícil, no es ni mucho menos imposible. Es la dimensión del tiempo que nos conecta con «lo eterno» que hay fuera y dentro de nosotros mismos. Una dimensión a la que es posible acceder a través de la meditación, la oración, las técnicas contemplativas y los estados teofánicos o experiencias cumbre en las que la mente entre en esa frecuencia cerebral que la neurociencia ha identificado como estados alfa, theta o gamma. Un estado de absorción profunda y perfecta calma, que los neurocientíficos de diversas universidades están pudiendo estudiar al analizar la gráfica cerebral de ciertos monjes meditadores experimentados. Cuando el hombre vive en Ayón está conectado con su ser, su yo esencial; y como su yo esencial está en armonía con el todo, no hay diferencia para la conciencia del que experimenta este estado entre el yo y el todo. Dicho de otra forma, en ese estado sientes que nada te falta, nada te sobra y nada necesitas, ya que es un estado de dicha, de plenitud gozosa, de felicidad serena, de amor benevolente y gratitud infinita, en el que sientes con todas las fibras de tu Ser consciente que tú eres uno con el todo.

Por su parte, a CRONOS se le representa como un hombre que devora todo a su paso, incluso a su propia descendencia, a fin de prevalecer y dominar. Para Cronos, el presente carece de valor en sí mismo, salvo como medio para lograr determinados fines, objetivos y beneficios futuros. Su característica principal es que es tan insaciable como inexorable, por eso dicen que devora a todos sus hijos; lo cual significa que esa ambición, esa ansiedad, ese deseo compulsivo por lograr determinadas metas y objetivos nos acaba destruyendo a nosotros mismos. De hecho, Cronos no tiene ninguna consideración respecto a nuestra felicidad, nuestra paz interior, nuestra salud o realización espiritual; ya que solo le importa la obtención de los objetivos ambicionados. Es como un cruel tirano que nos obliga a trabajar sin descanso, a competir sin tregua y a correr cada vez más y más deprisa, en pos de la idílica quimera del bienestar material. Bajo el yugo de Cronos, el impenitente látigo del tic-tac, va marcando cada paso, cada segundo, cada respiración y cada latido de nuestra existencia, en pos de un objetivo que nunca acabamos de alcanzar; porque incluso, cuando lo logramos, aparece siempre otro más, manteniéndonos así en un perpetuo estado de insatisfacción. Para «el hombre cronológico» el tiempo avanza inexorablemente hacia el futuro devorando minuto a minuto, segundo a segundo, nuestra breve existencia presente. El pasado va quedando atrás y se aleja cada vez más y más, de tal forma que su vida se vuelve una interminable «huida hacia adelante»; en la que el pasado no importa, es algo ya superado, lo único que interesa es lo nuevo, lo que está por venir, lo último y más reciente; sin darse cuenta de que lo que hoy es de rabiosa actualidad, mañana será ya obsoleto. Y así, entre un pasado que ya no existe y un futuro que aún no ha llegado ¿cómo no ha de generarnos esta forma de vivir el tiempo, un hondo sentimiento de frustración, ansiedad, angustia, stress y desesperación?

Ahora bien, entre el tiempo lineal de Cronos y el tiempo inmóvil de Ayón, existe una tercera forma de tiempo muy interesante que es KAIRÓS, el tiempo presente, el aquí y el ahora. En realidad, Kairós es un tiempo que no se puede medir de forma objetiva, como el tiempo cronológico del reloj, porque es un tiempo subjetivo que tiene su propia medida. Es ese tiempo de calidad que experimentamos cuando nuestra atención está plenamente enfocada en el aquí y el ahora, todo nuestro ser está presente en lo que estamos haciendo y tenemos la sensación de que todas las cosas fluyen de forma natural y nosotros fluimos con ellas. Con lo cual, no hay duda que Kairós es un tiempo consciente, es un tiempo de calidad, es un tiempo creativo… un tiempo de plenitud.

¿Por qué decían los griegos que era un tiempo oportuno? Tal vez su simbología nos dé alguna clave interesante que nos ayude a entenderlo. Para empezar, el término griego Kairós, significa literalmente «el
momento adecuado u oportuno, el momento idóneo». Recordemos que el lema inicial de este artículo era carpe díem, es decir, «aprovecha el momento». Pero aún hay más, porque en la mitología griega, Kairos es hijo de Zeus y Tiké, diosa que personifica el destino, la suerte y la fortuna. Esto significa que, habiendo sido amamantado por la fortuna, Kairós trae consigo la eficiencia, el éxito y la prosperidad. Por eso, el poeta Eurípides lo considera el mejor guía en cualquier actividad humana, pues Kairós es el momento oportuno, ese momento inspirado que, si lo sabemos aprovechar, puede cambiar nuestro destino y conducirnos al futuro que deseamos.

Los griegos lo representan como un joven con alas y pies alados, que está calvo por detrás, pero lleva un largo mechón de pelo en la frente. Tal vez por eso el refrán dice que «la oportunidad la pintan calva». Lo cual, traducido a la vida real, nos recuerda que si no prestas atención, si no eres consciente de la realidad que te rodea y no la ves venir, la oportunidad pasará rauda a tu lado y se escapará, y una vez que haya pasado de largo no puedes volver a atraparla, ya que es calva por detrás. Esto significa que sólo la puedes cazar si estás lo bastante atento como para verla venir a tu encuentro. Por eso suele cumplirse fatídicamente esa máxima que dice «Aprovecha bien tu momento, porque si cuando puedes, no quieres; cuando quieras, no podrás», dado que la oportunidad no suele llamar dos veces a la misma puerta. Por eso, como dice el psicólogo Jean-François Vézina en su libro Las coincidencias necesarias, «Kairós define la calidad del tiempo, es decir, el reconocimiento del momento propicio para actuar».

¿Cuál es entonces el requisito fundamental que hace falta para poder vivir ese tiempo Kairós? Y la respuesta es sin duda, la presencia de espíritu. Que tu conciencia esté presente en el aquí y el ahora, no divagando entre el recuerdo de lo que ya pasó y la fantasía de lo que todavía no ha ocurrido; pues si sufres por lo que ya pasó y sufres por lo que puede llegar a pasar, vivirás toda tu vida sufriendo. Creo sinceramente que la Vida es un don sagrado y la conciencia un don divino, pero si nos dejamos atrapar por la rutina, por los hábitos automáticos, por los pensamientos negativos y repetitivos y por nuestros temores compulsivos; lo que podría ser una gran oportunidad para vivir conscientes, para aprender de cada experiencia, para compartir nuestros logros, para mejorarnos a nosotros mismos y mejorar el mundo que nos rodea; puede llegar a convertirse en un puro y duro ejercicio de supervivencia, pues no cabe duda que Presencia de espíritu es vida vivida… pero ausencia de espíritu es vida perdida.

Un buen ejemplo para entender qué es esto de «estar presente», lo podemos ver en el tenis cuando un jugador que va ganando el partido, comete de pronto un error no forzado, y a partir de ahí empieza a fallar y a perder juegos uno tras otro, mientras el comentarista dice: «fulanito se ha ido, ya no está en el partido». Un rato más tarde, el tenista en cuestión empieza a remontar bola a bola y a recuperar poco a poco el terreno perdido, y el comentarista dice: «fulanito ha vuelto, ha entrado de nuevo en el partido». Esto significa que empezó a perder en el mismo instante en que su cabeza comenzó a dar vueltas a ese error del pasado, reviviendo mentalmente una y otra vez dicho episodio frustrante y dejando de estar enfocada plenamente en el presente. Por eso, cuando su conciencia se enfocó de nuevo plenamente en el aquí y el ahora, su tenis volvió a fluir con precisa eficacia y acabó ganando el partido.

Otro buen ejemplo está en el baloncesto, cuando en pleno partido el entrenador pide tiempo muerto y detiene el juego para hablar con los jugadores. Sin embargo, paradójicamente, ese tiempo muerto es un tiempo más vivo que nunca, es tiempo Kairós; pues, si los jugadores están bien atentos a sus instrucciones y el entrenador está bien enfocado en el aquí y ahora, el equipo puede darle la vuelta al marcador y acabar ganando el partido. Porque han sabido atrapar la oportunidad, han sabido aprovechar el tiempo propicio y hacer lo que había que hacer en el momento oportuno. Por eso, en este extraño tiempo que estamos viviendo, no dejes pasar esta oportunidad que te brinda la vida para vivir un tiempo de calidad, un tiempo vivo y creativo, un tiempo oportuno e inspirado. De hecho, es en los tiempos de crisis, cuando suele cambiar el mundo y cuando nos transformamos a nosotros mismos. Como bien dice Alejandro Coletti: «Kairós es el tiempo de nuestros momentos trascendentes, de los hechos que marcan fuerte el camino personal de cada uno de nosotros, eso que algunos denominan destino y que en determinados momentos nos hizo tomar decisiones importantes».

Para acabar este reflexión sobre el tiempo oportuno, quiero citar un pequeño fragmento del Libro del desasosiego, de Fernando Pessoa que dice: «He sufrido en mí, conmigo, las aspiraciones de todas las eras, y conmigo se han paseado, a la orilla oída del mar, los desasosiegos de todos los tiempos. Lo que los hombres quisieron y no hicieron, lo que mataron al hacerlo, lo que las almas fueron y nadie dijo: de todo esto se ha formado el alma sensible con que he paseado de noche a la orilla del mar. Y lo que los amantes extrañaron en el otro amante, lo que la mujer ocultó siempre al marido de quien es, lo que la madre piensa del hijo que no ha tenido, lo que tuvo forma solamente en una sonrisa o en una oportunidad, en un tiempo que no fue éste o en una emoción que falta ―todo esto, en mi paseo a la orilla del mar, ha ido conmigo y ha vuelto conmigo».

Javier Vilar

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