Los misterios de Osiris I: El dios Osiris en la religión egipcia

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Desde una perspectiva psicohistórica1, toda civilización es el reflejo o manifestación formal de una cosmovisión en el seno de una sociedad durante cierto periodo de tiempo. La vida y vigencia de esa cosmovisión puede abarcar siglos, como la romana que duró mil años, o milenios, como la egipcia que duró cuatro mil años. Asimismo, toda cosmovisión es en esencia un paradigma civilizatorio, una visión global y coherente de la vida, el mundo y el hombre que está integrada por un conjunto jerarquizado de ideas, valores y creencias, que son los que priorizan, tanto a nivel individual como colectivo, los logros y metas que sueñan alcanzar; las cualidades humanas que desean conquistar y los principios de conducta que establecen el modelo ideal de conducta a seguir. En una sociedad tradicional, por ejemplo, son sus dioses, héroes, reyes y sabios los que fijan los arquetipos ideales y los modelos ejemplares de conducta que, transmitidos a través de la tradición viva, se intentarán luego emular, y eso es precisamente lo que expresan los mitos y símbolos de cada cultura.   

Para los antiguos egipcios, por ejemplo, es lo divino y lo eterno lo que constituye el eje de referencia de toda su cosmovisión pero, para poder adentrarnos en el fascinante mundo de los dioses egipcios, lo primero que debemos tener en cuenta es que para los antiguos egipcios los dioses existían y esa certeza está presente en todas las facetas de su existencia. Como muy bien dice Erik Hornung: «La religión egipcia vive del hecho de que los dioses existen y esta seguridad penetra todos los ámbitos de la vida egipcia… Los dioses pertenecen a la realidad viva de Egipto… Cuanto más claramente los reconozcamos, más claro será para nosotros también el ser humano al que investigamos».2 Lo segundo que debemos considerar es que para los sabios egipcios cada dios o conjunto de dioses (dado que en ocasiones aparecen asociados en parejas, tríadas, enéadas, etc.) personifican simbólicamente aquellas fuerzas, leyes y procesos naturales que rigen la vida en todos los planos de la creación. Finalmente, no conviene olvidar que todas esas energías y procesos de lo viviente que personifican los dioses egipcios son tan universales como multidimensionales, lo cual significa que podemos ver reflejada la acción de cada dios en los distintos planos de la existencia.

En suma, podemos decir entonces que, para los antiguos egipcios, los dioses no eran solo símbolos sagrados, imágenes mito-poéticas o simples abstracciones metafísicas, sino entidades vivas e inteligentes que habitan en una dimensión superior de la existencia. Tampoco se trata de fuerzas ciegas regidas por el azar o energías cósmicas que funcionan mecánicamente de forma automática e impersonal, como piensa hoy la ciencia moderna; sino de espíritus supra-inteligentes con voluntad y conciencia propias, cuya esencia, cuya energía y cuya influencia se hallaba presente en todos los ámbitos de la naturaleza. Se manifestaban en el curso diario del sol en los cielos y en el eterno fluir de las aguas del Nilo; en la circunvolución periódica de las estrellas y en el cambio cíclico de las estaciones; en el eterno retorno de la inundación y en el florecer de la vegetación.; en las distintas fases de la luna que rigen los ciclos de la vida en la tierra y en el poder germinal de la semilla que es capaz de vencer a la muerte para hacer florecer de nuevo la vida; en la infinita armonía del cielo estrellado y en la salida triunfal del sol cada mañana, tras haber derrotado a las tinieblas. No hay ningún paisaje egipcio, ninguna fuerza o proceso de la naturaleza, ningún aspecto de la vida o la muerte en el que no participaran o estuvieran presentes sus dioses. Y es que, en realidad, para los antiguos egipcios el tema de la existencia de los dioses no era una cuestión de fe o de convicción religiosa, era sencillamente una certeza tan real y tan natural como comer o respirar. Es decir, no necesitamos creer en la respiración o en la comida, simplemente comemos y respiramos. Es por eso que si queremos llegar a comprender la forma de pensar, de sentir y de vivir que tenían los antiguos egipcios «primeramente hay que comprender las deidades egipcias en su esencia, influencia e importancia; hay que preguntarse, sobre todo, como veía e interpretaba el egipcio mismo sus propios dioses».3 En este sentido, de todos los dioses del panteón egipcio Osiris es sin duda la divinidad más importante junto con el dios solar Ra. De hecho, ambos se empezaron a fusionar desde una época ya muy temprana, quedando Osiris como el aspecto nocturno de Ra en el inframundo, es decir la faz oculta y mistérica del dios Ra en el mundo invisible del más allá. En cualquier caso, lo cierto es que pocas veces en la historia de las religiones nos encontramos con una imagen de lo divino que haya sido capaz de inspirar el amor, la devoción y la esperanza en la vida eterna de todo un pueblo, manteniendo vivo en sus corazones el sentimiento de reverencia a lo divino durante casi más de cuatro mil años. Pero eso es precisamente lo que ocurrió en el antiguo Egipto con el dios Osiris. Un dios sabio, justo y bondadoso que, junto con su esposa Isis y su hijo Horus, forman la gran Tríada Divina que encabezaba el culto religioso entre los antiguos egipcios.

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Ba o alma-pájaro

Es por ello que hablar de Osiris es hablar del alma del antiguo Egipto. Pero el poder de Osiris no se ve reflejado únicamente en el sentimiento de amor y reverencia que siente el hombre egipcio ante lo sagrado, sino también en todos los demás aspectos de su existencia, ya que en esencia el dios Osiris encarna ese poder extraordinario que tiene la naturaleza para hacer resurgir la vida de la muerte, dado que para los antiguos egipcios, como dijo Auguste Mariette: «Todo en la naturaleza vive para morir… y muere para renacer».4 Así pues, hablar de Osiris es también hablar de aquellos procesos que rigen los misterios de la vida y de la muerte. Hablar de Osiris es hablar de la fuerza de regeneración de la tierra, del reverdecer de la vegetación y del poder germinal de la semilla. Hablar de Osiris es hablar de la muerte y descomposición del cuerpo y de la liberación del Ba o alma-pájaro cuando remonta el vuelo hacia la luz del día. Hablar de Osiris es hablar del misterioso camino que debe recorrer el espíritu del difunto en su largo viaje por el más allá en busca de la eternidad. Hablar de Osiris es hablar del secreto de la inmortalidad consciente que anhelaba conquistar todo aquel que era iniciado a sus divinos misterios, en el sacrosanto templo de Abydos. Por eso, Osiris es llamado en los textos: «El Señor de la Eternidad que preside en Abydos. Que habita en la necrópolis. Aquel cuyo nombre perdura en las bocas de las gentes».5

Y es que si ha habido un dios que fue amado por los antiguos egipcios a lo largo de toda su historia, fue el padre Osiris. Tanto si era campesino, artesano, guerrero, escriba, médico, sacerdote, noble, príncipe o rey, todos amaban a Osiris Unnefer, el señor de bondad, belleza y justicia perfectas. Por eso en el Himno a Osiris se dice: «Todo el mundo está exultante de alegría. Los corazones están contentos, los pechos alegres y todas las gentes se regocijan. Todos ensalzan su bondad ¡Qué grato es su amor por nosotros! ¡Su benevolencia colma nuestros corazones y grande es el amor que sentimos por él!». Una muestra muy evidente del gran fervor popular que despertaba la imagen de Osiris es el peregrinaje sagrado que realizaban cada año los egipcios al templo de Abydos para poder participar en la celebración de los Misterios de la muerte y resurrección de Osiris, que era la festividad más secreta y sagrada en la que podía participar el pueblo egipcio.

Pero, antes de entrar de lleno en la simbología del dios Osiris, conviene primero destacar cuál es su iconografía, sus representaciones más emblemáticas y sus principales atributos, pues todo ello nos aporta aquellas claves que son fundamentales para poder entender mejor cual es la identidad, función y significado que asume el dios en los distintos niveles de la existencia. Normalmente aparece representado con cuerpo y rostro humanos, envuelto en un sudario blanco, con los dos pies juntos (monopodo) y una expresión de gran bondad, dulzura y belleza en su rostro. Sus manos, generalmente cruzadas sobre el corazón, sostienen el gancho Heka y el látigo Nehaha, y su piel es de color verde o negra, como símbolo del poder de regeneración, renovación y renacimiento de la naturaleza. Asimismo, lleva siempre la barba postiza, atributo de la realeza, y luce sobre su cabeza la corona Atef, que es una variante de la corona Hedjet, la corona blanca del alto Egipto de estructura piriforme. Además, la corona Atef porta simétricamente a ambos lados dos plumas de avestruz, que son los atributos propios de Shu y Maat, que según la genealogía del mito solar de la creación son sus abuelos divinos. Por otro lado Osiris no tiene casi representaciones zoomórficas y, como ocurre con otros dioses asociados a la bondad, la justicia y sabiduría, suele ir acompañado de un perro que camina delante de él o que precede a su barca funeraria, llamado Upuawt. Originario de Abydos, Upuawt es el genio benéfico que abre los caminos de la Dwat, el mundo invisible, y según el mito acompañó a Osiris como guerrero en su viaje a las tierras remotas. Upuawt era también invocado por los soldados para que les protegiese y les abriera los caminos en la batalla, como hace también con la barca solar de Ra en su descenso nocturno y con el viaje del alma por el Mas Allá.

Javier Vilar

1 La Psicohistoria es el estudio de las motivaciones psicológicas de eventos históricos.

2 Eric Hornung. El Uno y los Múltiples. Editorial Trotta. Madrid 1999.

3 Erik Hornung. El Uno y los Múltiples. Ed. Trota. Madrid 1999. Pág. 30.

4 Auguste Mariette (1821-1881). Egiptólogo francés que fue director de antigüedades y fundador del antiguo Museo del Cairo.   

5 Gran Himno a Osiris. Estela de Amenmose C-286. Museo del Louvre. Paris.

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