El señor de los anillos y el fin del largo siglo XIX

I amar prestar aen (El Mundo ha cambiado)

han mathon ne nen (Lo siento en el agua)

han mathon ne chae (Lo siento en la tierra)

a han noston ned gwilit (Lo huelo en el aire)

Mucho se perdió entonces y pocos viven ahora para recordarlo.

 

Todos recordamos estas palabras con las que Galadriel introduce la ya mítica trilogía cinematográfica. Y en el mito está la clave, pues es lo que buscó Tolkien desde un principio con esta obra, que Inglaterra tuviera un mito propio al estilo de Beowulf, las Sagas Nórdicas o los grandes mitos griegos.

Esos mitos residen hoy en los libros y en el cine. Gracias a ellos volvemos a escuchar las narraciones de los grandes héroes, la épica lucha del bien contra el mal, el descenso a los infiernos, el viaje, la muerte iniciática y muchos arquetipos más que han quedado grabados en lo más profundo de nuestra memoria.

La obra de Tolkien es un claro ejemplo de una epopeya de este tipo, al más puro estilo de la Odisea de Homero. Pero, ¿Quién es John Ronald Reuel Tolkien?

 

Nacido en la Sudáfrica de 1892 dónde apenas vivió unos años, Tolkien fue un hombre educado en el siglo XIX y que vivió el cambio radical de su mundo. Además de escritor, poeta, filólogo, lingüista y profesor universitario británico, fue amigo cercano de C. S. Lewis.

Ya desde el momento de la publicación del Señor de los Anillos en 1954, hubo una infinidad de voces que relacionaron la épica de la historia con la Segunda Guerra Mundial y el ascenso del nacismo, pero el autor desde un principio se desligó de esta teoría aduciendo que era simplista.

Y tenía razón. Como todos los grandes mitos es imposible, y como bien dice, simplista, ver esta obra bajo un único nivel de interpretación; pero también es imposible desligar la obra del autor, pues termina siendo un reflejo de él y de sus vivencias y, por extensión, de una época profundamente traumática para quienes la vivieron.

Tolkien creció en una aldea cercana a Birmingham, ejemplo de la campiña inglesa, rodeada de verdes prados, con sus ríos y sus habitantes dedicados al trabajo de la tierra; un reducto del siglo XIX, extremadamente cercano a uno de los focos industriales de la época. Este lugar, tan querido para él, con paisajes de suaves lomas, verdor y calma quedó magistralmente plasmado en La Comarca; y sus gentes, en los hobbits que como él mismo declara Amaban la paz, la tranquilidad y el cultivo de la buena tierra, y no había para ellos paraje mejor que un campo bien aprovechado y bien ordenado. No entienden, ni entendían, ni gustan de maquinarias más complicadas que una fragua, un molino de agua o un telar de mano. Aunque es cierto que la descripción tanto de La Comarca como de los hobbits encaja mejor con la Inglaterra de mediados del Siglo XIX.

En Las dos torres se ve muy bien esta brutal aversión a la industria, un sentimiento, además, muy común en la época, ya que para muchos estaba destruyendo el mundo que tanto amaban, pero es en la película donde lograron captar la esencia de este sentimiento en boca de Saruman.  El viejo mundo se consumirá en los fuegos de la industria, los bosques morirán, un nuevo orden surgirá, seremos adalides de una máquina de guerra. La industrialización desmedida estaba acabando con todo aquello que les era precioso y terminó llevando a una guerra sin sentido y que superó todos los horrores que jamás habían conocido.

Sin embargo, la gran mayoría de la población mundial estaba sumida en la Belle Epoque, un momento despreocupado y feliz en el que el mundo estaba convencido del progreso infinito de la humanidad al margen de cualquier miedo o preocupación. Hasta que toda esa confianza chocó con un iceberg una madrugada de 1912, porque si el hundimiento del Titanic supuso un mazazo para esa fe en el progreso infinito, fue un baño de humildad que dejó profundamente traumatizada a la sociedad de la época; y sin tiempo a recuperarse estalló una guerra que esperaban fuera corta y local, pero que terminó sumiendo al mundo en la destrucción. Una guerra que, en definitiva, fue fruto de la industrialización.

La Primera Guerra Mundial trajo una serie de horrores indescriptibles para los que la gente de la época no estaba preparada. Hay que tener en cuenta que venían de un mundo en el que la guerra era honorable, tenía unas reglas, y un importante respeto hacia el oponente. Con la guerra de Crimea empezaron a intuir lo que podría implicar una contienda más deshumanizada, pero la lejanía del conflicto hizo que se olvidara pronto. Esta Gran Guerra, como ellos la denominaron, fue un duro despertar para la sociedad europea de principios del siglo XX, fue una contienda sangrienta en la que se utilizaron, por primera vez, avances tecnológicos como tanques, ametralladoras o armas químicas y en la que se perdió toda una generación de hombres jóvenes. Por ello, ya desde el momento de la publicación del Señor de los Anillos, muchas voces equipararon a los olifantes con los tanques por la destrucción que provocaban y las minas que dejaron plagada de agujeros las tierras de Francia con el artefacto con el que Saruman destruyó las murallas de la fortaleza del Abismo de Helm. Por otra parte, la deshumanización a la que llegaron los ejércitos, los llevó a ser comparados con las hordas de orcos y de Uruk Hai.

Sin embargo, hubo una analogía que Tolkien sí que reconoció en vida y, para entenderla tenemos que retrotraernos a esa tradición militar. En los ejércitos tradicionales siempre existió una muy clara diferenciación de clases. Los aristócratas siempre copaban los puestos de los mandos, mientras que la gente de a pie, era la masa que formaba lo que se terminó denominando la «carne de cañón»; en guerra nunca se relacionaban estas clases. Pero la Primera Guerra Mundial cambió todo eso, el horror de la guerra de trincheras unió a las clases, y se creó un compañerismo tal, que Tolkien lo reflejó en la relación de Sam y Frodo, pero sobre todo en el personaje de Sam que terminó siendo un homenaje a esos soldados que lo dieron todo en la guerra.

Y, si finalmente, las guerras terminaron, el mundo volvió a la paz, se logró vencer al Señor Oscuro Sauron y la Tierra Media volvió a estar en paz, igual que el mundo volvió a estarlo una vez acabada la Segunda Guerra Mundial… Pero ya nadie volvería a ser igual. Todos, tanto del mundo literario como en el real, vivieron tal horror que ambos mundos perdieron el halo de inocencia que los cubría. En ambos mundos, la generación que estaba por salir al mundo desapareció, ambos mundos se quedaron sin juventud…; la candidez del mundo primitivo dejó de existir, pues se conoció un mal tan grande que nunca nadie volvería a ser el mismo.

Además, al terminar la guerra contra Mordor, los elfos y los últimos magos dejaron la Tierra Media, la magia se fue con ellos y comenzó la era de los hombres. En el mundo después de la Segunda Guerra Mundial, la relación con la naturaleza y con lo sagrado, que poco a poco se había ido perdiendo desde el inicio del Racionalismo, se cortó completamente, ese nexo desapareció y el mundo, sin saberlo, quedó huérfano.

En nuestras manos está que la magia vuelva a invadirlo.

Itziar Ormaechea, Licenciada en Historia

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