ACTIVISMO DESDE EL CORAZÓN

En el último siglo estamos viviendo un auge de distintas clases de movimientos de reivindicación, asociaciones y grupos ecologistas en pro de los derechos sociales, movimientos reivindicativos del derecho de igualdad de colectivos diversos etc.

Actualmente contamos con un sinfín de plataformas de difusión que hacen más fácil que cualquier persona pueda hacer llegar su mensaje al mundo. Esta democratización de los canales de emisión de información tiene cosas muy buenas y facetas no tan buenas. Este artículo surge de una reflexión que han hecho varios influencers conocidos en el activismo en diversos campos, acerca de la cantidad de mensajes de odio que reciben diariamente.
Dada la escasa información que nos revela el diccionario de la real academia, podríamos definir a efectos de este artículo a los «activistas» como aquellos que individualmente o bien agrupados u organizados en distintas plataformas, se comprometen con determinada causa o causas de interés general y reivindican y promueven un cambio de la sociedad

Hablando ahora a nivel personal, para mí, el activismo tiene mucho más de compromiso íntimo e interno a nivel individual, independientemente de la forma externa que adopte finalmente cada acción para lograr sus objetivos. Es decir, tan activista es la persona que organiza o acude a manifestaciones, o el que difunde en los medios públicos; como el que desde un lugar más humilde o con menor repercusión social se esfuerza por convertirse a sí mismo en un ejemplo viviente del cambio que quiere promover en el mundo. Hablo de compromiso interno, porque actualmente cualquier persona puede autodenominarse activista o idealista; ahora está «de moda» y muchas personas ocultan intereses económicos o personales detrás de sus «proyectos idealistas» o de frases bonitas que cuelgan en sus perfiles.

Desde el auge de las redes sociales, parece que las rencillas entre distintos colectivos o individuos pertenecientes a movimientos idealistas están tomando mayor importancia, convirtiendo el activismo, en algunas ocasiones, en algo más parecido a un reality show. Seguramente esto es una consecuencia inevitable de la impunidad social de las personas que comentan y que opinan sobre las vidas y los esfuerzos ajenos. Hoy en día criticar está bien visto, no importa si la crítica es constructiva o no.

No es extraño ver cómo personas que se tildan a sí mismas de idealistas y que luchan en favor de una causa maravillosa (no pongo en duda que así sea), se dedican a criticar o a descalificar la labor que realizan otras personas dentro de la misma causa u otras igualmente válidas. Por desgracia, no se trata de un hecho aislado, sino que es algo muy común y que algunos activistas conocidos que emiten en las redes sociales ya han comenzado a revelar públicamente desde sus plataformas. Miles de mensajes diarios de crítica, de odio incluso o de desprecio y muchos de ellos procedentes de personas que supuestamente son también activistas.

Esta situación me llevó a reflexionar acerca del paradigma materialista-mecanicista en el que estamos inmersos. Un mundo en el que para que una causa triunfe debe imponerse sobre las demás.

¿No resulta paradójico que muchas personas que dedican sus esfuerzos a mejorar la vida de los seres humanos lo hagan desde la rabia? Sin duda, la rabia es una emoción poderosa que genera mucha energía, no obstante, no es duradera ni sostenible. Si la persona que trabaja desde esta emoción no aprende a transformar esa rabia en compasión, finalmente, la frustración, la depresión y el mal carácter, acabarán opacando su labor en el mundo. Yo no imagino a La madre Teresa o Gandhi (por citar personajes conocidos e incuestionables) todos los días enfadados, rabiosos y refunfuñando. La rabia ante una situación puede ser un buen impulso en el momento inicial para querer moverse y cambiar las cosas, pero no puede sustentar la acción en el tiempo.

Desde hace unos años se están revalorizando los conceptos de la compasión y de autocompasión, que en nuestro país estaban completamente tergiversados. Invito a leer los artículos de esta revista sobre el tema.

Hace poco, una persona muy importante para mi, me habló de un concepto que me fascinó, «la feroz compasión». Es una modalidad de acción que basada en el amor, pone límites de forma consciente a una acción (interna o externa) contraria al bien, al orden, a la verdad o a la justicia.  Este concepto me hizo reflexionar acerca de la importancia de la causa que hay detrás de las cosas y de las acciones. La diferencia que hay entre basar las propias acciones en el amor o en la rabia es inmensa.

Tal vez ha llegado el momento de que como sociedad, y más importante aún, como individuos, aprendamos a sacar adelante una causa sin necesidad de imponerla o de descalificar otras; sino que por el simple valor de aquello que defendemos y por creer que mejorará la vida de otros, intentar prescindir del orgullo y de la susceptibilidad.

De hecho, la necesidad de imponer la propia opinión y los propios intereses a los ajenos, están causando la ruina de movimientos muy prometedores. No son pocos los idealistas que debido a conflictos de esta índole han desistido de seguir aportando su granito de arena al progreso social, por sentirse incapaces de gestionar la antipatía y las críticas destructivas.

La propuesta de este artículo para todos aquellos que nos llamamos activistas y que, sea en el ámbito que sea, tratamos de mejorar el mundo, es tan difícil como sencilla. Se trata de que cada vez que veamos a una persona que da lo mejor de si misma para hacer algo bueno por el mundo, por la sociedad o por los que le rodean; aunque quizás nosotros no la haríamos de la misma forma o podamos ver que esa persona está cometiendo algunos errores…, tratar de poner el foco en su intención. En que está intentando sinceramente mejorar las cosas de la forma que puede y sabe. Quizás haya formas mejores o quizás esa persona esté cometiendo algún error, pero lo importante es que se está moviendo, que está saliendo de su status quo para mejorar las cosas y este hecho en sí mismo ya merece cierto respeto «a priori».

Se le puede animar a corregir los errores informándole de forma amable y compasiva y desde el amor, no desde el juicio despectivo o la crítica destructiva. En cualquier caso, y en mi opinión, las redes sociales nunca serán el canal adecuado para hacer esta clase de comentarios. Creo que los idealistas debemos cuidarnos entre nosotros y colaborar, porque etiquetar o encasillar a los demás y pensar todo lo que hacen mal, no es la forma en la que la sociedad avanzará.

Los éxitos y los resultados que ahora estamos viendo de los grandes activismos del pasado, no se consiguieron descalificándose unos a otros; sino precisamente uniendo fuerzas y haciendo que prevaleciera la unión y la concordia por encima de las pequeñas divergencias e intereses individuales. Los grandes avances en materia de igualdad (de género, de razas, de derechos fundamentales etc.) no se consiguieron fomentando el odio hacia unos u otros, sino colaborando por mejorar la vida de todos.

Si te ha gustado este artículo y te sientes identificado como idealista, te invito a informarte del proyecto 202020, un desafío que llegó en el año 2020 para inspirarnos, pero que ha venido para quedarse y para recordarnos que muchas personas, aportando su granito de arena en su vida cotidiana, tienen el poder de mejorar el mundo.

Aina Tébar.

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