Homenaje a José Hierro

Respuesta

José Hierro

Quisiera que tú me entendieras a mí sin palabras.

Sin palabras hablarte, lo mismo que se habla mi gente.

Que tú me entendieras a mí sin palabras

como entiendo yo al mar o a la brisa enredada en un álamo verde.

 

Me preguntas, amigo, y no sé qué respuesta he de darte,

Hace ya mucho tiempo aprendí hondas razones que tú no comprendes.

Revelarlas quisiera, poniendo en mis ojos el sol invisible,

la pasión con que dora la tierra sus frutos calientes.

 

Me preguntas, amigo, y no sé qué respuesta he de darte.

Siento arder una loca alegría en la luz que me envuelve.

Yo quisiera que tú la sintieras también inundándote el alma,

yo quisiera que a ti, en lo más hondo, también te quemase y te hiriese.

Criatura también de alegría quisiera que fueras,

criatura que llega por fin a vencer la tristeza y la muerte.

 

Si ahora yo te dijera que había que andar por ciudades perdidas

y llorar en sus calles oscuras sintiéndose débil,

y cantar bajo un árbol de estío tus sueños oscuros,

y sentirte hecho de aire y de nube y de hierba muy verde…

Si ahora yo te dijera

que es tu vida esa roca en que rompe la ola,

la flor misma que vibra y se llena de azul bajo el claro nordeste,

aquel hombre que va por el campo nocturno llevando una antorcha,

aquel niño que azota la mar con su mano inocente…

 

Si yo te dijera estas cosas, amigo,

¿qué fuego pondría en mi boca, qué hierro candente,

qué olores, colores, sabores, contactos, sonidos?

Y ¿cómo saber si me entiendes?

¿Cómo entrar en tu alma rompiendo sus hielos?

¿Cómo hacerte sentir para siempre vencida la muerte?

¿Cómo ahondar en tu invierno, llevar a tu noche la luna,

poner en tu oscura tristeza la lumbre celeste?

 

Sin palabras, amigo;

tendría que ser sin palabras como tú me entendieses.

Ha muerto un poeta. Su alma se ha fundido con el viento del invierno elevándose silenciosa, sin palabras… sin palabras, porque todas ellas se han quedado con nosotros, desplegadas en el verso armónico de sus poemas, ritmadas en la cadencia íntima de sus estrofas, liberadas en la voz ensoñadora del rapsoda, enlazando los sentimientos y pensamientos de aquél que fue, que amó, soñó y cantó al compás de su tiempo.

   Ha muerto un poeta. Tu alma ligera y soñadora tuvo que vivir un tiempo gris, sin jazmines ni magnolias, sin lauros ni oropeles; un tiempo de guerra y de tristeza, donde tuviste que hacer de tu pluma una espada para combatir la injusticia. Mas por la noche, cuando las luces se apagaban, volaba tu pensamiento en pos de cosas más bellas, de conversaciones sinceras, de preguntas y respuestas… transcribiendo después tu experiencia, como un viejo Ulises que retorna a su Itaca. Ahora que emprendes tu última aventura, aquella de la que se dice que no existe retorno, no dejes de inspirarnos tu palabra, pues bien pudieras, tú, poeta, escribir en las nubes y en el viento estrofas eternas, versos que podamos recoger al contemplar el cielo y las estrellas.

   Ha muerto un poeta. Sólo quedan la tinta y las hojas gastadas del libro, sólo quedan las palabras que apresaron ideas para después liberarlas, sólo quedan las voces que te dan nueva vida al pronunciarlas, sólo quedan tus sueños, tus anhelos y esperanzas, bordados en la rima generosa que revela tu mirada, porque es privilegio del poeta seguir mirando el mundo a través de sus palabras…

   ¿Ha muerto un poeta? No… ha partido hacia su último viaje ¿qué maravillas hallará en su camino? Tal vez quisieras, amigo, volver cada día en tus versos, para ilustrarnos sobre el eterno paisaje; tal vez quisieras, amigo, seguir escribiendo en la noche perenne, para que el alma que escuche te pueda entender sin palabras… más allá de la vida… más allá de la muerte….

   ¿Ha muerto un poeta?… No, yo más bien diría «un nuevo Poeta ha nacido para la  eternidad, iluminando el cielo de los pobres mortales…», porque como tú nos desvelaste en un hermoso poema «Aquel que ha sentido una vez en sus manos temblar la alegría, no podrá morir nunca».

Herminia Gisbert

Aquel que ha sentido una vez en sus manos temblar la alegría

no podrá morir nunca.

Yo lo veo muy claro en mi noche completa.

Me costó muchos siglos de muerte poder comprenderlo,

muchos siglos de olvido y de sombra constante,

muchos siglos de darle mi cuerpo extinguido

a la hierba que encima de mí balancea su fresca verdura.

Ahora el aire, allá arriba, más alto que el suelo que pisan los vivos

será azul. Temblará estremecido, rompiéndose,

desgarrado su vidrio oloroso por claras campanas,

por el curvo volar de gorriones,

por las flores doradas y blancas de esencias frutales.

(Yo una vez hice un ramo con ellas.

Puede ser que después arrojara las flores al agua,

puede ser que le diera las flores a un niño pequeño,

que llenara de flores alguna cabeza que ya no recuerdo,

que a mi madre llevara las flores;

yo querría poner primavera en sus manos).

 

¡Será ya primavera allá arriba!

Pero yo que he sentido una vez en mis manos temblar la alegría

no podré morir nunca.

Pero yo que he tocado una vez las agudas agujas del pino

no podré morir nunca.

Morirán los que nunca jamás sorprendieron

aquel vago pasar de la loca alegría.

Pero yo que he tenido su tibia hermosura en mis manos

no podré morir nunca.

Aunque muera mi cuerpo, y no quede memoria de mí.

P.D. Aunque tu cuerpo haya muerto hoy…

                                                               JOSE HIERRO

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