Rodin, el poder creador del arte

Para el amante del arte y de la arquitectura, pasear por las calles de París, cruzar sus puentes, lugar de encuentro favorito de los enamorados, dejarse llevar por un camino improvisado, lo transporta a otro siglo. Así es París, una de las ciudades más románticas del mundo. En cada plaza, cada estatua, cada fuente, cada calle, cada monumento y cada museo, hay un perfume que persiste: el del poder creador del hombre.

   Este perfume despierta en mí unos recuerdos de mi adolescencia, cuando íbamos todas las colegialas del instituto situado entre el famoso barrio de Saint Germain de Prés, cuna de inspiración de muchos escritores y poetas y la Esplanade des Invalides, último lugar de descanso de Napoleón. Las monjas nos llevaban a menudo al Museo Rodín, para disfrutar de la arquitectura de su hermoso edificio (un antiguo convento), a pasear por sus jardines, a admirar las esculturas de Auguste Rodín y poder apreciar por nosotras mismas este poder creador del hombre, este gran arte que el hombre es capaz de plasmar.

   Tenía por costumbre sentarme sola y soñar, lo que era en efecto uno de mis pasatiempos favoritos. Dos figuras del escultor Rodín me fascinaban particularmente, ya que con ellas buceaba en un mundo hecho de leyendas, de fuerza, de esperanza, de amor, de mitos, de hadas, de príncipes y de dioses. Estas figuras eran El Pensador y La Mano de Dios o La Creación.

   El Pensador, al igual que yo, estaba sentado y perdido en sus pensamientos. Con reserva y, sin embargo, con gran admiración, respeto y algo de inquietud, observaba esta imponente escultura de casi dos metros, cuyas formas tan poderosas y a la vez armoniosas me hacían sentir muy pequeña.

   Te invito, amante del Arte, a contemplar conmigo su postura, la perfección, la fuerza, la delicadeza de sus proporciones y la forma natural del cuerpo humano. Fíjate en la energía del personaje, tanto física como vital; ahora levanta tus ojos y observa esa poderosa mano en la cual su cabeza se apoya ¿Quién es? ¿Cuáles son sus pensamientos? ¿Has observado la expresión en su rostro? Quizás te recuerda al glorioso Zeus, gran Dios entre los Dioses, quien sentado en su altar contempla con dolor la lucha de los hombres mortales contra la materia. O tal vez se trata de ti, hombre inmortal en busca de respuestas. Emprende entonces un corto viaje para navegar en las aguas profundas de tus pensamientos ¿Quién es el hombre? ¿de dónde procede? ¿cuál es su misión?

   El propio Rodín, un simple hombre y, sin embargo, uno de los escultores más importantes de su siglo (1840-1917), supo, desde la fría y muda materia, dar vida a esculturas con sus propias manos. Artesano de profesión, contaba con sólo 24 años cuando presentó una magnífica pieza, El hombre de la nariz rota, pieza que fue rechazada por su aspecto inacabado porque no correspondía a los criterios artísticos y estéticos de su época. Justamente este «inacabado» se convirtió en uno de sus principios. Miguel Ángel, gran maestro inspirador de Auguste Rodín y genial artista del Renacimiento tanto en la escultura como en la pintura -como podemos constatar en su escultura de David, magnífica obra de cuatro metros de altura-, decía: «no hay ninguna idea que no pueda ser expresada en mármol».

   Las manos siempre fueron para este artista una fascinación, una obsesión, ya que eran el instrumento de su poder creativo; era ante todo un modelador que «pensaba, sentía y manejaba el barro». La mano de Dios o La Creación, una de sus más originales obras, llamaba mucho mi atención. Yo la observaba convencida de admirar la verdadera mano de Dios, poderosa, llena de energía, cuyos dedos largos y finos estaban a punto de cobrar vida; una mano tallada con perfección donde cada nervio aparece a través de una piel brillante y pulida; la mano del Dios creador, que de la piedra hizo surgir el primer hombre y la primera mujer ¿Se trataría acaso de la mano del propio titán Prometeo, salvador de la humanidad, que mezclando agua y barro moldeó el primer hombre y luego le otorgó el fuego, la luz.

   No cabe duda que los grandes artistas llevan un motor interior que les impulsa a expresarse, a crear de una forma natural las aspiraciones de su propia alma ¡Qué mejor fuente de inspiración para el artista que la propia Naturaleza, cuadro perfecto de Dios! El artista contempla incansablemente su paleta de colores, sus formas y sonidos variables y armoniosos, sus infinitas facetas llenas de sorpresas y, naturalmente, loco de amor por ella, le rinde homenaje, expresándolo con su pincel, su cincel, su música o sus palabras. Tú, viajero de un día, busca en el rincón más íntimo de tu ser y de tu memoria, esa chispa intuitiva, busca este recuerdo de la primera flor que te entregó su belleza y su perfume, y así entrarás en perfecta comunión con la madre Naturaleza.

   La característica principal de los grandes artistas es su capacidad o su don de conservar un corazón puro en forma de diamante limpio y transparente, que les permite edificar un puente de oro para alcanzar los arquetipos, estos pensamientos divinos, y plasmar su perfección. La más prodigiosa y generosa cualidad del artista es la de ofrendar a los demás hombres, siglos después de su muerte, obras que reflejen las más hermosas virtudes, como la nobleza, el valor, la justicia, la verdad, la belleza y el bien.

   A lo largo de la historia de la humanidad, el hombre ha dejado grandes huellas de su grandeza; lo puede testificar la arquitectura con las Pirámides en Egipto, la pintura con los frescos de la Capilla Sixtina, la escultura con el David, la música con el Réquiem de Mozart, la literatura con Shakespeare y tantas otras creaciones divinas. Estas huellas universales son patrimonio y testigo del poder creador del hombre. Ahora, amigo viajero y soñador, respira el perfume ancestral que te ha envuelto, cierra los ojos y pregúntate: ¿Quién soy? ¿Un simple mortal?…

Marléne Raucoles

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