50 años

Hace 50 años, unos pocos seres humanos bailaron un tosco vals entre las montañas de la luna. Hace 50 años, todos miramos atónitos unas imágenes borrosas de seres extraños pisando el frío polvo lunar. Hace 50 años, las fronteras de un nuevo mundo entraban en la historia como ráfagas de un viento nuevo de alcance imprevisible.

Aquello pasó porque tenía que pasar y luego…, se olvidó. Pero no se perdió en la memoria. Aquellas imágenes de la Tierra colgada en medio de la oscuridad vista desde la luna, nos contaron mucho sobre nuestro verdadero lugar en el universo. Para algunos de nosotros (yo tenía siete años) que vimos aquella locura en blanco y negro como si fuera un sueño fabricado con artificios de latón, el vértigo de la oscura inmensidad en pleno día lunar a casi 400 mil km de casa se fundió en lo más íntimo del alma… Había sido una proeza, un sueño cumplido, una barbaridad y también, una desilusión. Porque de pronto pareció como si se nos hubiera acabado la curiosidad. Ya no había dinero para tanta magnífica desolación y, poco a poco, la luna volvió al terreno de los poetas, de los insomnes, de los amantes…

Luna roja de reflejo rojo

de la luz del aire de la Tierra

que rompe el Sol lejano, amarillo claro.

Luna de eclipse de luna,

de rojizas colinas vacías de besos,

luna roja en las noches llenas

luna del este y del oeste

pedazos de luna quieta.

Ahora quieren volver, aunque no sabemos muy bien porqué. Esta repentina curiosidad parece esconder secretos. Puestos a pensar mal, podemos hacernos conspiradores de conspiraciones…

Tal vez la extraña adicción de los seres humanos por expoliar aquello que les permite vivir quiera dar un salto hacia el infinito, horadando nuestro satélite y desdibujando los rasgos de su rostro eternamente enfrentado a las noches de la Tierra.

Tal vez se esté librando una nueva batalla en la sombra entre contendientes que no saben que somos polvo de estrellas agazapado en una discreta y maravillosa mota de polvo azul, y que tienen como único objetivo demostrar alguna idiotez recubierta de prestigio e insolencia.

Tal vez busquemos darle un bandazo definitivo a la persistente soledad desde la atalaya privilegiada de la cara tímida y oculta de la diosa Selene, en donde podamos plantar nuestros ojos mecánicos, incansables buscadores de lo divino, para escudriñar la galaxia y darle el definitivo adiós a tanta lluvia de reyes poderosos y absurdos poseedores de la verdad.

Tal vez sea ya el momento, como decía aquel sabio ruso, de abandonar la cuna que nos vio nacer y husmear en las cercanías del vecindario cósmico sintiendo de nuevo la fragancia de lo desconocido.

En realidad, la luna salva esos designios y delirios de grandeza cada día, con un lento tira y afloja gravitatorio que nos mantiene estables en nuestro eje imaginario pero rotundo, subiendo océanos y alzando sabias, bailando una danza sutil y compleja como el solemne vuelo de un águila en las entrañas del viento; esa luna que parece la luz distante de un faro que a veces está y a veces no, pasajera de miles de millones de años en nuestro viaje por el tiempo que no se para, y que nos guiña el ojo travieso, el ojo de gato, como un intento de apaciguar las sombras con la suave brisa de una noche salpicada de hechizos, mil y una noches de cuentos robados y de recuerdos de aquellos a los que amamos…

Entonces veo siluetas

que tocan la luna,

que esperan la luna gigante

teñida de ámbar.

Trucos de magia

desde atalayas de piedra

en el mar de la noche en vela,

para llenarse el rostro del esplendor madreselva.

Pequeños sueños ante la luz de Selene

dibujados en los cuerpos curiosos hechos de sombras,

vigilantes en la lenta parsimonia celeste.

Siluetas en el mar del silencio

en un instante de paz

teñida de aire quieto

en el teatro de marionetas del cielo…

Xavi Villanueva

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